“Habla a los hijos de Israel para que tomen para Mí una ofrenda, y esta será la ofrenda que ellos tomarán: oro, plata y cobre”. De esta manera comienza la lectura de la parashat Terumá (Shemot 25:1-27:19), que leemos esta semana (Shabat, 9 de febrero de 2019/4 Adar Alef 5779), en la que se aborda la disposición de la ornamentación del Mishkan o Tabernáculo y posteriormente del Santo Templo de Jerusalem. Asimismo, trata sobre la disposición de las ofrendas diarias.
Nuestros sabios se preguntaron, según comentario del rabí
Abraham BeHaim, ¿por qué el término Veikju (ellos tomen) usado en el texto?
La palabra Veitenu (ellos den) es más aceptable. Asimismo, explican que
cuando nosotros damos la cantidad de nuestras propias posesiones, nosotros
estamos en realidad tomando o recibiendo para nosotros mismos. La bendición más
grande que D-s dio sobre nosotros es la oportunidad de dar (tzedaká). Sin duda
un maravilloso e inconmensurable regalo. Por medio del acto de dar, de ser
generosos con nuestros semejantes y, particularmente, con quienes más lo
necesitan, somos salvados de la muerte (Proverbios 10:2). El Talmud nos indica
que “la caridad iguala a todos los demás mandamientos (Babá Batrá, 9). Esta es
realmente la fuente de las oportunidades no importa que “aun un hombre pobre está sujeto a la caridad y debería
proveer caridad (Talmud Guitín, 76).
No obstante, se establecen diferentes niveles de la caridad:
hay tzedaká de oro, de plata y de cobre. Cuando una persona prospera y goza de
buena salud da de sí mismo a los demás, y procura que los demás le den, su
ofrecimiento es considerado como oro. Pero si él contribuye solamente porque
está enfermo o temeroso, o porque es forzado por la presencia de otras
personas, su caridad equivale a la plata. Y si él da porque es solamente su
última voluntad y testamento, esta ofrenda es menos valiosa y es equiparada al
bronce.