miércoles, 15 de abril de 2015

Parashat Shemini: el silencio no está por demás

Rav Yerahmiel Barylka.

Reflexiones del Rav Yerahmiel Barylka*


...Los refinaré como se refina la plata, Y los probaré como se prueba el oro. Invocarán Mi nombre, Y Yo les responderé;, Y Yo les responderé; Diré: ‘Ellos son Mi pueblo,’ Y ellos dirán: .A. es mi D-os.” Zejaria 13:9
En nuestra época, no existe un tribunal que imponga la obligatoriedad del cumplimiento de los preceptos. No sólo eso, sino que observar las ordenanzas, particularmente, en los países de la dispersión, no coincide con la actitud de la mayoría de la población, que tiene otras normas. Por eso, la persona que elige, sin que haya ni siquiera una obligación social, el cumplimiento de las normas de la Torá, (muchas veces también a cambio de un dispendio de dinero que otros no tienen que hacer y de renuncias), escoge aceptar el servicio a .A. Para ello, necesita también superar impulsos naturales y luchar contra tentaciones sumamente atrayentes y triunfar.

Las normas de la pureza de la mesa, son particularmente difíciles en la vida social en aquellos lugares donde se comparten negocios o estudios con quienes no respetan esas normas, o porque no son judíos y por lo tanto no están obligados, o porque han decidido no someterse a ellas. Sin embargo, quien las cumple, lo hace por una decisión consciente. Hacerlo implica una elección. Como todas las elecciones ésta también tiene costo. ¿Cuál es su beneficio? ¿Acaso mejorar la dieta? ¿Comer más sano? No es esa la intención de la norma establecida por la Torá. Después de todo podríamos preguntar junto al midrash ¿si acaso le interesa al Santo Bendito que los judíos coman sin que el producto se haya faenado según lo que él estableció, o que la shejitá se haga desde la rodilla o el animal se desangre de una puñalada? Y la respuesta que da es que las normas de ese tipo fueron dadas fundamentalmente para refinar al pueblo de Israel. Todas las explicaciones que se intentan son interesantes, pero, el principio está ubicado en la búsqueda de un sistema que permita la distinción de las personas.
¿Cómo se logra ese refinamiento? ¿Cómo se obtiene esa pulcritud que permite, en las palabras del profeta, que pueda proclamar: ‘Ellos son Mi pueblo,’ para que ellos digan: .A. es mi D-os" ? El último capítulo de nuestra parashá, trata de la pureza en los alimentos, en el contexto que fijan los versículos (11:44-45): “‘Porque Yo soy .A. su D-os. Por tanto, conságrense y sean santos, porque Yo soy santo. No se contaminen, pues,... ‘Porque Yo soy .A., que los he hecho subir de la tierra de Egipto para ser su D-os; serán, pues, santos porque Yo soy santo·. Los capítulos anteriores nos hablan del mishcán y de los sacerdotes –los cohanim- ocupados de las ofrendas sagradas que tienen todos como objetivo, la santidad. Nuestro maestro Bajeiey nos aclara que esta santidad que nos fue concedida más que a otros pueblos, no nos es intrínseca.
En otras palabras, no nacemos con ella. No es un regalo. No es un privilegio. Es el resultado de seguir el camino que nos marcan la Torá y los preceptos. Y agrega, que aquellas mitzvot que nos limitan en nuestras relaciones, nos prescriben oraciones y ayunos, nos inducen a dar Tzedaká y ayudar al prójimo, están destinadas a debilitar nuestro deseo y nuestra codicia.
Nuestra santidad no nace con nosotros por ser hijos de Abraham, Itzjak y Iaakov. Es funcional, ya que deriva de nuestra posibilidad de establecer una disciplina en nuestra conducta cotidiana que nos enseñe a abstenernos de aquellas actitudes prohibidas. Procede de hacer prevalecer nuestra fuerza intelectual y cognoscitiva, para que a través de ella podamos decidir inteligentemente cuando nos encontremos frente a dilemas. Nosotros, no tenemos ventaja sobre nadie, ni somos mejores que otros pueblos, excepto nos comportemos según las normas que recibiéramos. Para eso fuimos elevados de Egipto. No sólo salimos de la esclavitud sino -nos han “hecho subir de la tierra de Egipto” para poder seguir a .A. Si el Éxodo fue una epopeya milagrosa, casi imposible (también porque nuestros antepasados no fueron muy cooperativos en la lucha contra los sojuzgadores), salir se sale. Lo que no se logra sino por otros medios es elevarse. Uno puede salir de la esclavitud de un opresor y caer en las manos de otro. Para lograr la libertad, es necesario elevarse. Tampoco los cohanim tienen este estatus de santidad absoluta, excepto lo logren con sus actitudes y con sus conductas. No podía ser más trágica la muestra que nos trae la parashá cuando nos relata la muerte de los hijos de Aarón, aparentemente por no haber comprendido dónde estaba la santidad. Hay en ese fragmento una reverberación entre santidad y humanidad.
Repercusión dolorosa, misteriosa, difícil de entender, pero, relacionada, sin duda a las circunstancias del aprendizaje por la vía más dura.
En esos sucesos, Aarón enmudece. Su silencio es el grito más fuerte que jamás alguien pudo haber expresado con palabras. “Entonces Moshé dijo a Aarón: “Esto es lo que .A. dijo: por los que se acercan a Mí, santificaré y en presencia de todo el pueblo seré honrado.’” Y Aarón enmudeció” (10:3). La santificación, en esas palabras que suenan tan arduas a nuestros oídos, proferidas por Moshé frente al duelo de su hermano, nos marcan que los más exigidos son los más cercanos. ¿Son una explicación? ¿Pretenden ser consuelo? ¿Insinúan una falta? ¿Sugieren un sacrificio de los mejores? Aarón, no puede expresar su sentimiento fraterno, cuando también tiene una función nacional. ¿O, acaso, se siente culpable?
En los diálogos siguientes entre los hermanos podríamos encontrar una línea de respuesta: “Aarón respondió a Moshé: --He aquí que ellos han ofrecido hoy su sacrificio por el pecado y su holocausto delante de .A., y a mí me han acontecido estas cosas. Si yo hubiera comido hoy de la ofrenda por el pecado, ¿habría sido acepto a los ojos de .A.? Moshé oyó esto, y le pareció bien” (10:19-20). Moshé oyó y la guemará en Zevajim 101 b, nos enseña: “Oyó, e hizo oír a
todo Israel que hoy había aprendido una halajá de su hermano Aarón”. La halajá es que un cohen onen (que está en la primera etapa del duelo) no come de las ofrendas en el día del sepelio. Moshé, conocedor de todas las normas, exigió demasiado de su hermano, y falló en comprender la humanidad del dolor. En esa tragedia aprende de su hermano, del que había enmudecido. Si bien, el ejercicio sacerdotal implica una entrega total al extremo que no se debe participar en el sepelio de los cercanos, su sentimiento no puede ser reprimido. Escondida se encuentra la esposa de Aarón, Elisheva, cuyos cinco motivos de alegría, enumerados por el Talmud en Zevajim 102 a, quedaron chicos frente al duelo por la muerte de sus hijos.
La plata se refina con fuego. Las personas se refinan con el dolor. Pero, también a través del establecimiento de límites concretos. No son los sacrificios los hacen que seamos perdonados, sino el elevar las ofrendas como parte del mandato divino. La indulgencia es producto únicamente de la decisión divina.
La santidad se logra renunciando al egoísmo y sometiéndose al camino ordenado como sistema para lograr la libertad interior, sin siquiera buscar su racionalidad. La misma se encuentra en la obediencia. 
El someternos a los límites, nos evita pasar por el fuego. El mandato no es inmolarse para ser santos. Es vivir plenamente dentro de la norma. Cuando bendecimos: “asher kidshanu bemitzvotav” antes de cumplir un mandamiento– que nos santificamos con Sus preceptos decimos casualmente eso: es la norma lo que nos santifica. Es aceptarla tal cual es lo que nos refina.

*Rav Yerahmiel Barylka.
Sinagoga Rambam. La Moraleja. Madrid-