Rafael Ben-Abraham Barreto*
El brutal y cruel asesinato de cuatro personas a manos de terroristas palestinos en la sinagoga Bnei Torah de Har Nof, en Jerusalem (Israel), mientras recitaban las plegarias matutinas o de shajarit, no sólo nos causa un gran dolor por la pérdida de vidas humanas, sino también repulsa y desprecio hacia sus autores, mentores y a quienes le alientan con su apoyo político e institucional en el mundo.
Un
crimen horrendo que socava todo principio de convivencia y tolerancia y
desbarata cualquier tipo de acercamiento a quienes lo promueven, patrocinan o
respaldan con su complacencia y que nos hace pensar que la Autoridad Nacional
Palestina, responsable directa, no es un socio fiable para la paz en Oriente
Medio, y que constituye toda una amenaza para la seguridad de Israel. Los
hechos cantan por si solos y éste que nos ocupa ha traspasado la línea roja de
lo tolerable y admisible, porque deja al descubierto las intensiones
intrínsecas de la diplomacia árabe o palestina al atentar contra el derecho
humano de la libertad religiosa o profanar el bien sagrado de la vida.
Con ese atentado se constata la imposibilidad de la
convivencia pacífica y que Israel tendrá que revisar sus planteamientos y
estratégicos en la hoja de ruta para la paz, un bien al que no renunciamos,
dado que la paz es nuestro sello y seña de identidad. Nadie en su sano juicio
entra en una iglesia, templo o mezquita a saco, con pistola en mano y asesina a
sus respectivos feligreses, pero eso ha ocurrido desgraciadamente en muchos
lugares del mundo. Ninguna causa puede justificar estos comportamientos
bárbaros y criminales, pero todo parece indicar que la opinión pública mundial
empieza a acostumbrarse, a ser mera espectadora de lo que ocurre fuera,
seguramente, hasta que no le alcance o toque directamente. Por lo que se ve
nadie está ajeno a salvo de esos comportamientos primitivos y deleznables.
La violencia es el peor de los escenarios o recursos para
alcanzar el objetivo de una paz duradera no sólo en Oriente Medio sino el resto
de las zonas del mundo en conflicto
Sólo nos queda unirnos al sentimiento y dolor por las personas
a las que se les arrebataron la vida mientras rezaban y expresar nuestras muestras de afecto a las
familias afectadas.
Para el editor, que suscribe este comentario de urgencia, le
unen lazos afectivos con la comunidad judía de Har Nof, ese hermoso barrio
periférico de Jerusalem, donde hace algo más de 12 años pudo compartir la
festividad de Sucot, con su proverbial hospitalidad. El dolor, hoy si cabe, es
mucho más fuerte. En manos del Eterno dejamos la potestad de la venganza.
*Editor.