“Habla a los hijos de Israel para que tomen para Mí una ofrenda, y esta será la ofrenda que ellos tomarán: oro, plata y cobre”. De esta manera comienza la lectura de la parashat Terumá (Shemot 25:1-27:19), que leemos esta semana (Shabat, 17 de febrero de 2018) y que se refiere a la disposición de la ornamentación del Mishkan o Tabernáculo y posteriormente del Santo Templo de Jerusalem, así como de las ofrendas de la mañana y de la tarde.
Nuestros sabios se preguntaron, según comentario del rabí
Abraham BeHaim, ¿por qué el término Veikju (ellos tomen) usado en el texto? La palabra
Veitenu (ellos den) es más aceptable. Asimismo, explican que cuando nosotros
damos la cantidad de nuestras propias posesiones, nosotros estamos en realidad
tomando o recibiendo para nosotros mismos. La bendición más grande que D-s dio
sobre nosotros es la oportunidad de dar (tzedaká). Sin duda un maravilloso e
inconmensurable regalo. Por medio del acto de dar, de ser generosos con
nuestros semejantes y, particularmente, con quienes más lo necesitan, somos
salvados de la muerte (Proverbios 10:2).
El Talmud nos indica que “la caridad
iguala a todos los demás mandamientos (Babá Batrá, 9). Esta es realmente la
fuente de las oportunidades no importa que “aun un hombre pobre está sujeto a la caridad y debería
proveer caridad (Talmud Guitín, 76).
No obstante, se establecen diferentes niveles de la caridad:
hay tzedaká de oro, de plata y de cobre. Cuando una persona prospera y goza de
buena salud da de sí mismo a los demás, y procura que los demás le den, su
ofrecimiento es considerado como oro. Pero si él contribuye solamente porque
está enfermo o temeroso, o porque es forzado por la presencia de otras
personas, su caridad equivale a la plata. Y si él da porque es solamente su
última voluntad y testamento, esta ofrenda es menos valiosa y es equiparada al
bronce.